Hola, lectores/as. En esta ocasión comparto un relato que me parece ideal para estas fechas. El "estadea" es la persona que encabeza la Santa Compaña, una vez que ha tenido la mala suerte de encontrarse con la macabra procesión y no poder esquivarla.
EL
ESTADEA
Hace cinco
días que Luis ha desaparecido en el bosque. Por favor, ven. Te necesito”, así
decía el mensaje que me envió mi hermana, Sorprendido y preocupado por la
situación, hice la maleta, me despedí de mi mujer y regresé a Galicia.
Mi hermana, Sira, vivía en Ourense, pero tenía una casa
rural en un pequeño pueblo. Ella y su marido solían pasar allí algunos fines de semana y parte de las
vacaciones. Como amantes de la naturaleza, les gustaba pasear por el bosque,
nadar en el río y degustar los productos que los paisanos cultivaban y no
tenían inconveniente en regalarles. A mi cuñado también le gustaba
recolectar setas. Y fue
ejerciendo esta actividad cuando desapareció. De eso hacía cinco días. La
búsqueda por el bosque que hicieron los vecinos, guiados por la Guardia Civil,
no dieron resultado.
Conocía a Luis, mi cuñado, desde hacía más de
veinte años y sabía que era un hombre tranquilo, pacífico, prudente, que no
tenía enemigos. Mi hermana aseguraba que no tenían ningún problema matrimonial
y, salvo que engañase bien a todos, se podía decir que era un hombre
feliz. Yo la creía, y así se lo hice saber a la Guardia Civil cuando
hablé con ellos.
Según me contaron, mi cuñado salió sobre las seis de la
tarde de casa. Condujo hasta el bar más cercano, a unos dos kilómetros y medio
de su casa, y se detuvo para tomar un café con leche. Uno de los vecinos
intentó persuadirle de que no se adentrara en el bosque, pronto se haría de
noche y empezaba a subir la niebla. Pero, Luis quería coger setas para cenarlas
esa noche y desoyó las advertencias.
Pasaron las horas y, sobre las nueve de la noche, mi
hermana decidió llamar a una vecina con la que más relación tenía para
preguntarle si Luis estaba con el marido de ella. Pero los vecinos no habían
visto a mi cuñado ese día. El señor tuvo la amabilidad de acercarse al bar para
comprobar si Luis estaba allí. Encontró su coche, cerrado. Preguntó por él en
el bar. Nadie le había vuelto a ver desde que se adentró en el bosque. Así se
lo hizo saber a mi hermana y, sin demora, se lo comunicaron a la guardia civil.
Después de una extensa e intensa búsqueda, lo único que
encontraron fue la cesta que llevaba para recoger las setas. Dentro estaban la
navaja que utilizaba para cortar los tallos y algunas setas, ya mustias.
No había signos de violencia en los alrededores. Y,
aunque carecía de lógica, la guardia civil estaba convencida de que Luis se
había alejado por algún motivo dejando la cesta en un punto y debió haber sufrido
un accidente con fatal desenlace. Al
parecer, no confiaban en encontrarle con vida, aunque seguirían buscándole.
La tarde del mismo día de mi llegada llevé a mi hermana
a la iglesia para asistir al entierro de un vecino. Me quedé con ella en el
sepelio para acompañarla y darle ánimo. Su salud era delicada y en su aspecto
podía verse reflejado el estrés y la angustia que estaba padeciendo.
El cementerio estaba en el mismo recinto que la
iglesia, así que pudimos ir caminando hasta el lugar donde se sepultaría el
ataúd.
Cuando estábamos presenciando el entierro, una mujer
mayor, vestida de negro, se acercó a nosotros y nos habló en voz baja.
─Ese hombre era mayor pero estaba sano. Aún así, la
Parca decidió que había llegado su hora y así se lo anunció la Santa Compaña.
¿Ustedes no escucharon las campanas en mitad de la noche hace dos días?
─Yo no estaba aquí ─respondí.
─Deberían buscar a su familiar en el bosque, pero de
noche. Últimamente la Santa Compaña se deja ver mucho por este pueblo. Es que
nos estamos haciendo mayores ─se alejó.
Mi hermana me miró nerviosa y sonreí para
tranquilizarla.
─No hagas caso a lo que ha dicho. Los viejos tienen sus
manías y supersticiones.
Después del entierro regresamos a casa. Encendí fuego
en la chimenea y preparé algo para cenar.
Mientras cenábamos vimos las noticias locales en la
televisión. Recordaron el caso de la desaparición de mi cuñado y mi hermana
empezó a llorar. Apagué la televisión y la tranquilicé.
─Te prometo que haré todo lo posible para encontrarle.
─Agradezco mucho que estés aquí. No sé qué habría sido
de mí si estuviese sola.
─Debiste llamarme antes.
─No quería molestar.
─¿Molestar? ¡Sira, no digas eso, por favor!
Nos abrazamos y, una vez estuvo más tranquila, le
aconsejé que se acostara e intentara dormir.
Yo no podía dormir. Aunque hacía frío salí al exterior
para pensar un poco. Me senté en un banco que había al lado de la puerta. Yo no
era creyente en sucesos extraños, conocidos como “paranormales”, sin embargo, no
dejaba de pensar en lo que nos había dicho la anciana en el cementerio.
Desde luego no me planteaba la posibilidad de que mi
cuñado se hubiese encontrado con una procesión de almas en medio del bosque, pero
podía haber algún otro misterio más racional en el que se hubiese visto
implicado, sin poderlo evitar. Y estaba
pensando, en concreto, en la posibilidad de que hubiese tenido la mala suerte
de encontrarse con cazadores furtivos o un grupo de delincuentes que buscaba la
policía nacional, junto con la guardia civil, desde hacía una semana, más o
menos. Según la investigación, los fugados tenían pensado ir a Portugal, y el
pueblo donde nos encontrábamos tenía una ruta antigua por el monte que era la
ideal para cruzar la antigua frontera de manera furtiva.
La media noche me cogió sumido en mis pensamientos,
convenciéndome de que mis teorías tenían fundamento y, seguramente, la guardia
civil barajaba esa posibilidad aunque no me lo habían querido decir. Tan concentrado estaba que no me di cuenta de
que hacía realmente frío y mi ropa estaba húmeda por la niebla.
Me levanté dispuesto a entrar en casa y, de pronto, me
pareció percibir un olor a cera, mezclado con incienso. Miré hacia el camino y
no vi nada extraño. Entré en casa y me dirigí a mi habitación. Era hora de que
me acostara. Quería madrugar para iniciar la búsqueda de Luis.
Antes de acostarme, me asomé a la ventana. El olor que
había percibido momentos antes me había inquietado. Me pareció oír el tañido de
una campana lejana. Recordé, una vez más, las palabras de la anciana. Me sentí
inquieto y cerré la ventana. Luego, me reí por lo absurdo de la situación. Yo
era un hombre racional y no podía dejarme llevar por historias de viejas.
Al día siguiente, después de desayunar y asegurarme de
que mi hermana se encontraba bien, me dirigí al bar del pueblo para hablar con
los paisanos. Quería saber si ellos estaban de acuerdo con mis teorías. Y
esperaba que me ayudasen y no guardasen silencio, como solían hacer los aldeanos,
sobre todo por temor a posibles represalias.
Llegué al bar y me sorprendió comprobar que estaba
cerrado. Tenía un cartel pegado en la puerta, hecho con un cartón vulgar. Leí
la nota: “Cerrado por defunción”. Miré extrañado a mí alrededor. Sin dudarlo, me dirigí a la parroquia.
Necesitaba saber quién había fallecido y en qué circunstancias.
La iglesia era pequeña, de estilo románico. Estaba
consagrada al santo Antonio. Tenía todas las puertas cerradas. En el
cementerio, que rodeaba a la iglesia, trabajaban dos hombres. Abrían una tumba,
seguramente para enterrar al vecino recientemente fallecido.
Me acerqué a ellos y les pregunté por el párroco. Me
respondieron que estaba en su casa, un poco más lejos de la parroquia, en
dirección al pueblo. Sabía a cuál se referían. Había pasado por delante de ella
hacía unos minutos.
─¿Cómo se llama el párroco? ─pregunté antes de irme.
─Don Cosme.
─Gracias.
Llegué a la casa, un perro de gran tamaño, parecido al
mastín, se acercó a mí y me olfateó. Detrás salió el párroco, don Cosme. Le
saludé, me presenté, y le pregunté si podía robarle unos minutos de su
tiempo. Asintió encantado. Seguramente le agradaba hablar con alguien de fuera.
─He ido al bar y estaba cerrado por defunción. Me
gustaría saber quién falleció.
─¡Menuda desgracia! ─exclamó─. Murió Pascual, el dueño.
─¿Era muy mayor?
─¡En absoluto! Sólo tenía cincuenta y dos
años. Murió de un colapso al corazón.
─Es extraño que mueran dos personas en tan poco tiempo
en un pueblo tan pequeño.
─Tres.
─¿Tres? ─le miré sorprendido.
─La semana pasada murió una mujer. Tenía algo más de
setenta años. Es normal que muera la gente mayor. Pascual era joven pero no los
demás. ¿Aún no saben nada de su cuñado?
─No. La policía no tiene nuevas. ¿Usted tiene alguna
opinión al respecto?
─El campo es traicionero. Nunca se llega a conocer bien
y su cuñado, aunque venía a menudo, era de ciudad.
─Entonces ¿cree que sufrió un accidente? ¿No existe la
posibilidad de que alguien pudiera hacerle daño? Cazadores furtivos…
─Todo es posible. Espero que no fuera así, eso sería
aún más triste.
Me invitó a entrar en casa. Tenía el fuego encendido en
la cocina de leña y se estaba a gusto. Me sirvió un vino de su propia cosecha y
un poco de jamón.
─¿Qué opina de la Santa Compaña? ─le pregunté─. Hay
quien dice que se deja ver estos días.
Dos Cosme me miró perplejo y soltó una carcajada.
─¿No creerá en esas supersticiones ¿verdad?
─No. Pero algunas personas creen en ello y pueden
llevar más allá sus creencias. No sé si me entiende.
─Sí, Y le aseguro que los vecinos de esta parroquia no
se dedican a asustar a nadie.
Me despedí del párroco, agradeciendo sus atenciones,
antes de que me invitase a comer y regresé a casa.
Por la tarde me despedí de mi hermana y realicé el
camino que había hecho Luis. Quería descartar que se tratase de un
accidente.
El bosque donde Luis había estado buscando setas no era
difícil de caminar. Tenía senderos marcados por el uso de la gente. La
vegetación ─malezas y arbustos─, no invadían esos caminos. Y no tenía sentido
subir hacia la montaña donde los tojos y las grandes rocas de granito indicaban
que no era el lugar adecuado para que nacieran las setas, al menos las
comestibles.
Llegué al lugar donde la guardia civil había encontrado
la cesta de Luis. De hecho, todavía podía encontrarse un trozo de la cinta que
había marcado el perímetro de la investigación.
Como me habían dicho, no se veían signos de violencia.
No había rastro de sangre, pelea, nada que indicara que Luis se hubiese visto
envuelto en un suceso violento.
Aunque empezaba a oscurecer, decidí adentrarme más en
el bosque pero en dirección contraria a la montaña. En algún tramo tuve que
encender la linterna del teléfono móvil, pues los árboles ensombrecían el
lugar. Me pareció ver un claro en dirección al pueblo, paralelo a la carretera.
Me dirigí allí sorteando algunos troncos caídos, llenos de musgo.
El lugar se correspondía con un tortuoso camino
embarrado. Pude escuchar el ruido de un regato. Seguí caminando, confiando en
que durase la batería del teléfono lo suficiente para no quedar en medio del
bosque en la noche a oscuras. Empezaba a escuchar los animales nocturnos y,
aunque yo no era miedoso, se hacía inquietante.
No tardé en localizar la procedencia del agua. No era
un regato. Era una mina de agua que estaba muy llena. Inundaba el camino de
agua y lo hacía poco transitable. Desde allí se podían ver las luces del pueblo
y la carretera. Seguí el camino. Aunque no conocía el lugar, deduje a dónde
llevaba.
Anocheció y decidí llamar a mi hermana para
tranquilizarla, aunque no le dije dónde me encontraba. Continué
avanzando. Calculé que había caminado casi dos kilómetros cuando llegué al
final del camino. Había llegado a la parte de atrás del cementerio.
Me sentí decepcionado. Mi investigación no había dado
resultado. Apagué la luz del móvil. Recorrería el camino de vuelta siguiendo el
arcén de la carretera.
Nada más guardar el teléfono pude escuchar el ruido de
una campana. Miré instintivamente hacia el campanario de la iglesia. Era
absurdo pensar que alguien podía estar allí a esas horas, aunque sólo
pretendiera gastar una broma. Sin embargo, decidí quedarme un rato más,
esperando que saliera alguien de la iglesia.
Lo que vi a continuación me sorprendió y horrorizó a partes
iguales. Delante de la iglesia se formó una niebla más espesa que la del bosque.
La niebla se disipó lentamente dejando ver luminarias que formaban unas
siluetas humanas. Delante de esas siluetas iba un hombre vestido con ropas
normales. Portaba una cruz y empezó a caminar encabezando una procesión… de
muertos.
Me oculté tras un arbusto y seguí contemplando aquello
que sólo debería formar parte de una vieja leyenda: la Santa Compaña.
Pero lo que hizo que se me erizaba el cabello fue
comprobar que la persona que encabezaba el desfile era Luis. Quise salir de mi
escondite para socorrerle pero, afortunadamente, me acordé de las advertencias
que acompañaban a la leyenda y decidí permanecer en el escondite. Cuando se
alejaron, siguiendo el camino por el que yo había venido, salí a la carretera y
corrí lo más rápido que pude hasta llegar a mi coche.
Esa noche no pude conciliar el sueño. Al día siguiente,
salí temprano de casa. Quise regresar a la casa de don Cosme. Necesitaba hablar
con él, aunque me tildase de loco.
El párroco notó mi agitación y me hizo entrar hasta la
cocina. Me ofreció un café que agradecí. La falta de sueño me hacía sentir más
frío de lo habitual.
Le expliqué lo que me había sucedido por la noche.
Insistí en que yo, profesor de física y química, era un hombre razonable, que
no creía en nada sobrenatural. Esperaba que no le molestara mi
sinceridad.
El párroco se quedó pensativo largo rato antes de
responderme.
─Le contaré algo. Ese camino que ha recorrido usted
ayer por la noche era la antigua ruta que utilizaba la gente para ir a la
iglesia y el cementerio. Quedó en desuso cuando se abrió la
carretera. Hace unos dos años, desapareció un hombre en el pueblo
vecino. Lo buscaron durante días pero nunca lo encontraron, ni vivo, ni muerto.
Sin embargo, algunos vecinos, juraban que lo habían visto alguna que otra
noche. Según decían, iba a la cabeza de la Santa Compaña. Yo no creo en eso…
Nadie cree ya en esas historias… Pero, ahora viene usted…
─¿Qué se puede hacer para salvar a alguien que ha
quedado atrapado en esa maldición? ─pregunté. El párroco se sorprendió
ante mi brusquedad.
─No lo sé. ¿Quiere usted ocupar el lugar de su cuñado
para liberarle de su cruz?
─No. Estimo a mi cuñado pero no puedo abandonar a mi
familia. No puedo hacer ese sacrificio.
─Entonces, le aconsejo que se olvide de su cuñado
y deje que la vida siga su curso.
Me despedí de don Cosme y regresé a casa de mi hermana.
La acompañé unos días más mientras la guardia civil seguía con sus
investigaciones. Investigaciones que, como era de esperar, no dieron
resultado.
Una noche, antes de irnos del pueblo, regresé al camino
viejo que conducía al cementerio. Permanecí oculto esperando que volviera a
aparecer la procesión de los muertos, aunque nada garantizaba que fuese así.
Sin embargo, esa noche las almas volvieron a formar la procesión. Luis, mi
cuñado, iba delante. Su rostro demostraba un horror y cansancio infinitos. Su
cuerpo había adelgazado. Sentí lástima por él.
Al pasar cerca de mí, instintivamente retrocedí un
paso. Bajo mis pies crujió una rama. El estadea, como así se conocía al
hombre o mujer vivos que encabezaban la procesión, se detuvo. Las almas que le
seguían también se detuvieron. El olor a cera llenó mis fosas nasales. Luis
miró en dirección hacia mí y se acercó, seguido de las almas. Me vio. Me sentí
paralizado. Le llamé pero no me respondió. Me quiso entregar la cruz y yo,
recordando la leyenda que me habían contado siendo niño, acerté a decir:
─Ya tengo cruz.
Luis, el estadea, se volvió y siguió su camino,
condenado a vagar todas las noches con las almas de ese cementerio, buscando a
alguien a quien pasar su cruz y anunciando la muerte de los vivos.
FIN
Espero que os haya gustado. Nos vemos en la próxima entrada.