Hola lectores/as:
En esta nueva entrada comparto con vosotros/as un relato breve que escribí en el club de escritura creativa, creo recordar que fue cuando lo hicimos online por culpa de la pandemia del CORONAVIRUS-19.
Espero que guste:
El VIRUS
Sucedió en el año 1...,
cuando la enfermedad se adueñó de la ciudad paralizando la rutina de hombres,
mujeres, niños y niñas.
Los ciudadanos dejaron de
trabajar, de asistir a clases, de jugar en lugares públicos, de reunirse para
celebrar la vida, el amor y la amistad.
Los edificios públicos y las fábricas se convirtieron en lugares solitarios, sombríos y fantasmales.
Las viviendas eran como
colmenas donde reinaba la desolación y la tristeza.
Todos los días se daba
información sobre los síntomas de la enfermedad: nerviosismo, fiebre, alucinaciones,
vómitos, pérdida de conocimiento y, muchas veces, la muerte. Le seguía el
recuento de las víctimas.
Asustados ante un posible
contagio, se encerraban en sus hogares. No querían mantener contacto con nadie,
ni amigos, vecinos o familiares.
La gente vivía pegada a los
transistores, el único aparato tecnológico que todavía funcionaba pues ya nadie
podía hacerse cargo de tecnologías más complicadas.
Los políticos se echaban la
culpa unos a otros de la enfermedad. Algunos decían que el pueblo debía
reaccionar y sobreponerse a la pena para seguir luchando. Otros, que debían
permanecer encerrados y sacar de las ciudades a los enfermos. El miedo, poco a
poco, se hacía presa del pueblo.
Con el tiempo dejaron de
contar a los enfermos y menos a los muertos. Eran cifras difíciles de asumir y
que solo llevaban al suicidio a quienes ya habían perdido la esperanza.
Las medicinas empezaban a escasear y algunos pusieron en práctica remedios caseros que anteriormente se consideraban prácticas no científicas. Así, era normal que los supervivientes colgasen hierbas aromáticas en las ventanas y puertas para evitar que el mal entrase en las casas y tomaban infusiones hechas con esas mismas hierbas.
Nada de eso era eficaz
contra el nuevo virus que parecía ser, cada vez, más virulento.
Ante el temor a la extinción
masiva de la humanidad, muchos regresaron a los templos de diferentes
religiones para buscar el consuelo espiritual.
Había voces que aseguraban
que el virus había sido vencido pero la gente se negaba a aceptarlo y
condenaban a estos atrevidos, tratándolos como parias de la sociedad.
La desesperación era
insostenible. Nada parecía estimular a la población para que intentase vencer
este virus ─existente o no─ que dominaba sus vidas.
Un día, un sonido despertó a
la humanidad. Quienes aún se sentían fuertes se asomaron al exterior,
sorprendidos por percibir un ruido que no se asemejaba al que provocaba la
naturaleza o el desgaste de los materiales de los edificios y otras estructuras.
Tardaron en comprender qué
era ese cúmulo de notas armoniosas que empezaban con un ritmo melódico, pausado
e iba in crescendo, hasta convertirse en un conjunto de sonidos alegres,
vibrantes que invitaban a danzar, sonreír, reír, cantar, bailar y sentir
esperanza como no habían sentido en mucho tiempo.
Diferentes vagabundos
recorrían las calles haciendo sonar sus instrumentos musicales. Los niños
salían a las calles y formaban corros para bailar.
Las personas más viejas
recordaron antiguas recetas de pasteles y se encerraron en las cocinas para
elaborarlos.
Los ciudadanos decidieron
abandonar su enclaustramiento. Poco a poco empezaron a trabajar en equipo, a
festejar la vida, ayudándose unos a otros, olvidándose de rancios temores y
desoyendo las teorías irracionales de quienes solo querían gobernarlos como si
fueran un rebaño no pensante.
El virus recibió un nombre:
miedo. Una enfermedad que los convirtió en seres asustadizos, desconfiados,
egoístas.
Cuando se dieron cuenta de
ello, la enfermedad desapareció. No pudo luchar contra la alegría, la
solidaridad y el amor.
Ahora solo faltaba que la humanidad aprendiese la lección y no permitiese que nada, ni nadie, los volviese a separar imponiendo el miedo para quitarles libertad.
Bonita quimera. Qué sería de nosotros sin la literatura, con la cual podemos crear mundos que nunca existirán.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo. Gracias por tu visita y comentarios.
EliminarEl miedo es el más poderoso dictador.
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