Hola queridos/as
lectores/as:
Mientras escucho música
antigua (para más señas es un popurrí del grupo Marfil que no me sonaba de
nada) escribo este relato que escribí en el curso de escritura creativa.
Una de las compañeras había
comentado lo particular que era una de sus tías y la tutora decidió que
escribiésemos una historia inventada basada en el hecho real. He aquí mi
pequeña aportación. Espero que os entretenga en estos días de frío y lluvia.
MI
TÍA ES UN ANIMAL SALVAJE
Todos sabemos que en las
reuniones familiares, especialmente en Navidad, se acostumbra a citar chistes
sobre la familia porque, quien más o quien menos, tiene un pariente algo
especial: es famoso el pesado cuñado, la cursilona cuñada o la suegra a la que
estás deseando matar de un susto con el matasuegras durante la noche de fin de
año.
Pero yo, más que acordarme
de chistes, me acuerdo de lo especial que era una de mis tías que ya no se
encuentra entre nosotros. Podía decirse que mi querida tía era un auténtico
animal salvaje. No lo digo porque decidiese vivir siguiendo los lemas típicos
de libertad, amor, sexo y demás de los años 70 del siglo XX. A ella, por sus costumbres,
habría que ubicarla en un tiempo más lejano, incluso antes de su nacimiento.
Parecía una mujer del siglo XIX o antes.
Mi tía tuvo la desgracia de
ser la mayor de varios hermanos. Quedaron huérfanos de madre cuando ella solo
tenía ocho años, motivo que le impidió seguir con sus estudios y se vio en la
obligación de atender a sus hermanos y la casa.
Los hermanos, a medida que
fueron alcanzando la edad de trabajar, se marcharon de casa prometiendo que
regresarían para hacerse cargo de su hermana mayor.
Con los años se acostumbró a
la soledad. Los vecinos la ayudaron a restaurar la vieja casa para acomodarse a
los tiempos modernos pero ella, reacia a todo lo moderno, ni intentaba
adaptarse a ellos.
Además de la electricidad,
le instalaron agua corriente y construyeron un cuarto de baño. La mujer no se
entendía con tantas modernidades. Con frecuencia confundía el váter con el bidé
y el fontanero, cansado de limpiar algunos atascos incomprensibles, decidió no
regresar nunca más a esa casa. A ella no le importó. Seguiría utilizaron el
monte como siempre había hecho. Y para bañarse tenía su vieja palangana y una
tina de madera, hecha con los restos de un tonel de vino.
Un día, uno de sus hermanos
decidió ir a visitarla. Como era normal en todos aquellos que prosperaban,
llegó a la aldea en su coche, aunque tuvo alguna dificultad en ir hasta su
antigua casa debido a las malas condiciones del camino.
Mi tía, asustada ante
aquella bestia de acero que hacía ruido y tenía luces, decidió huir y
permaneció escondida dos días en el bosque.
Ahora ya es una anciana y se
pasa la mayor parte del tiempo sentada delante de una ventana mirando los
pájaros, el cielo, las flores. Antes de que llueva ya se lo anuncia su reuma.
El arco iris le arranca una sonrisa. Sabe diferenciar el canto de los pájaros y
entiende de lunas, vientos y otros misterios de la naturaleza.
Como he dicho, es un animal
salvaje. No sabe nada del mundo en el que vivimos y no le interesa. Sabe lo
suficiente para sobrevivir y, tal vez, eso sea lo único necesario para ser
feliz, al menos en su mundo.
FIN
Nos vemos en la próxima
entrada. ¡Saludos!
Una tía muy especial, con mucho apego a las tradiciones. Me ha gustado tu relato, Ana M., retroalimentado de costumbres que, quizá, algunas de ellas no debieron perderse. Un abrazo; te sigo leyendo por aquí. Mari Carmen Caballero Álvarez
ResponderEliminarMuchas gracias por tu lectura y tu comentario. Un saludo!
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